Lun. Dic 23rd, 2024

Batman y todos nuestros héroes ricachones

‘The Batman’, dirigida por Matt Reeves, toma distancias con las convenciones más fantasiosas del audiovisual superheroico. El resultado es una especie de ‘super-noir’ de acción e investigación en una ciudad corrupta hasta la médula.

Por: Ignasi Franch, @ignasifranch

Batman nació en 1939 siendo un eslabón más, que se convertiría en especialmente exitoso y comercialmente explotable, de una larga cadena de héroes de la ficción pulp. Como los terratenientes El Zorro (cuya primera aventura se publicó en 1919) y su variación española El Coyote (que debutó en 1943), como The Shadow (que debutó en un serial radiofónico en 1931) o como aquel aristocrático Robin Hood cuya leyenda se metamorfoseaba desde el folklore oral, Batman era un justiciero perteneciente a una élite social. El Hombre Murciélago era un hijo de millonarios que se había embarcado en una doble vida como vigilante para gestionar un trauma infantil: haber sido testigo del asesinato de sus padres a manos de un atracador.

Quizá la proliferación de héroes pudientes tenía sentido en un contexto histórico de nula porosidad de las clases sociales. Psicoanalizando la pulp fiction, podríamos entender que estos personajes fijaban un relato de impotencia ciudadana. Un ricachón tenía que protegernos porque nosotros mismos no podíamos hacerlo. Porque El Zorro o The Shadow sí disponen de amplios recursos económicos y logísticos. Y porque las respuestas colectivas o cooperativas que implican cuestionamientos radicales siempre han tenido un encaje complicado dentro de la cultura pop industrializada estadounidense.

La visión del mundo que han proyectado algunas de estas aventuras de justicieros de las élites ha llegado a ser sorprendente. En la versión estrenada en 1940 de La marca del zorro, los espectadores son trasladados a una California donde otrora reinaba la armonía. En ausencia del protagonista, el gobierno benévolo de su padre terrateniente ha sido desplazado por una tiranía de violencia institucional e impuestos confiscatorios. La llegada del héroe inspira una rebelión reactiva. La escena final de campesinos y propietarios luchando codo con codo para restablecer la paz social tiene algo de fantasía interclasista que quizá solo se puede concebir si se contempla la realidad desde una cierta altura de la pirámide socio-económica.

De alguna manera, estas ficciones (conservadoras) exploraban los puntos de encuentro posibles entre el mundo burgués y las clases populares a través del señalamiento de enemigos comunes. Los aristócratas y sus privilegios hereditarios podían ser un objetivo, o también las cargas fiscales impuestas en los pasados históricos de monarquías absolutas o de estados carentes de iniciativas sociales que diesen un destino comprensible y visible a la fiscalidad. Sin cuestionar el estado de las cosas, estas historias proporcionaban una cierta satisfacción (mediada por las acciones del justiciero-ricachón) al público popular. Porque se escenificaba la caída de algún gobernante corrupto, de algún cacique, de algún empresario criminal.

Todo está podrido, pero no todo está podrido 

A diferencia de la tendencia a la alegría y luminosidad de las aventuras del Zorro o Robin Hood, las aventuras cinematográficas de Batman han tendido (con excepciones como el largometraje sesentero o el barroquismo hortera que dominaba Batman y Robin) a mostrar unos paisajes más tenebrosos. Al fin y al cabo, su mismo protagonista es un hombre de vida dual y más bien inquietante. Y la Gotham City donde reside tiene a funcionar como el reverso gótico de la Metropolis de Superman.

Los responsables de ‘The Batman’ ensayan un giro escéptico: la inversión con fines de progreso social deviene una fuente de corrupción

Si Batman begins hablaba de las infraestructuras como intento de vertebración de una mejora social colectiva, los responsables de The Batman ensayan un giro escéptico: la inversión con fines de progreso social deviene una fuente de corrupción. Esta temática dota de cierto aire de cine negro a una narración que intenta tomar muchas distancias con las convenciones más estridentes del audiovisual superheroico. Se potencia ese Batman más detectivesco que no había tenido demasiado peso en sus encarnaciones fílmicas previas. Y la apuesta por la fantasía moderada permite centrar la propuesta en la exploración sensorial y sensacionalista de un cierto vómito de malestar.

Si Joker podía guiñar el ojo a Scorsese, The Batman también mira atrás en busca de un referente o un paraguas de prestigio estilítico. Este super-noir lluvioso y de iras contenidas, espectacularizador hasta cierto punto, intenta acercarse al thriller setentero comercial, sucio y feísta, de Sidney Lumet (Serpico) y compañía. O a continuadores neoclásicos como Zodiac, aunque el resultado quizá se acerque más al talante shocker de Seven. El resultado no deja de lado algunos peajes del audiovisual multimillonario, franquiciado y franquiciador: un par de escenas de acción aparatosa, la consabida acumulación cansina de desenlaces y un lanzamiento final de hilos que retomar en nuevas películas.

The Batman’ es una película fundamentada en una narrativa mítica que se relaciona de manera problemática con el mundo real

Aunque se opte por el realismo entre muchas comillas, The Batman es una película fundamentada en una narrativa mítica que se relaciona de manera problemática con el mundo real. A falta de cargas de profundidad, los autores se fijan en las puntas del iceberg de lo que no funciona. Por ejemplo, no se articula un apunte crítico sobre las consecuencias gentrificadoras y excluyentes de las reformas urbanísticas, al estilo del reciente (y apreciable) noir Húerfanos de Brooklyn. La premisa es algo más rudimentaria: sencillamente, el dinero puede desaparecer con más facilidad cuando está diluido en un fondo de desarrollo enormemente dotado.

El realizador Matt Reeves (Amanecer del planeta de los simios) y su equipo lanzan otros dardos con punta de velcro. En el filme, el Hombre Murciélago sigue el rastro de una vieja trama de corrupción de las autoridades políticas y policiales que alcanza a la herencia familiar del protagonista, históricamente representado como un hijo de benefactores. En Batman begins, por ejemplo, se mencionaba que el padre de Batman casi arruina su empresa porque combatió la pobreza durante una depresión económica.

En The Batman, en cambio, se problematiza hasta cierto punto esta herencia recibida mediante la revelación de un pecado del pasado: un momento concreto de debilidad personal embrutece el legado. No es que su fortuna hubiese sido acumulada de maneras explícitamente abusivas, ni que hubiese sido empleada voluntariamente con usos perversos. El patriarca falló, pero su fortuna está limpia. Así que el héroe puede seguir pagando la factura de combustible de su Batmobile sin demasiados cargos de conciencia.

En The Batman no hay una gran mascarada superheroica, aunque no falten los disfraces. Comenzando por la capucha que emplea el protagonista y continuando por la que usa un Enigma que encarna los riesgos de la seducción populista al estilo del Bane de El Caballero Oscuro: la leyenda renace. En paralelo, se ponen límites al habitual paralelismo entre los trastornos del Hombre Murciélago y algunas de sus némesis. El revanchismo homicida de este último, que acaba propulsando asesinatos al azar, le aleja del justicierismo de orden (inquietante) que defiende Bruce Wayne.

Nuestro héroe ricachón y un tanto grunge acabará conteniendo el impulso agitador de su rival, después de que este haga emerger los secretos escondidos en la historia de la ciudad, como cadáveres ocultados en los cimientos de un edificio. Al final, se dará una nueva oportunidad a un sistema en el cual también trabajan hombres honestos como el habitual aliado policial del bat-detective. A pesar de su apariencia furibundamente desencantada, The Batmanacaba conectando con el contradictorio estado anímico de ese neoliberalismo que estimula la desconfianza y la desolación antipolítica, pero que termina planteando como finales positivos (aun agridulces) los escenarios de continuidad fundamental. Quizá porque no se puede contradecir ese “no hay alternativa” que blinda una manera de hacer política, de hacer sociedad y de hacer mundo que ya no pretende seducir, sino que se limita a afirmar la imposibilidad de un futuro sustancialmente diferente.

Con todo, después de las escenas de lluvia y depresión, Reeves y compañía apuestan por abrir una puerta a la esperanza reforzada por la aparición de una joven política que simboliza la posibilidad de regeneración. En paralelo a los esfuerzos de la nueva alcaldesa, habrá un justiciero dispuesto a ‘higienizar’ con mano dura la ciudad de Gotham. Los empeños heroicos del individuo privilegiado impulsan un desenlace intermedio entre el inmovilismo terrible y algún tipo de transformación profunda que podría entenderse como disruptiva.

Aunque duela como un golpe de batarang, quizá podamos entender que, según Hollywood, los héroes ricachones tengan que seguir salvándonos. Tendremos que consultar las mediciones de desigualdad del economista Thomas Piketty para intentar objetivar si fantasear con héroes ricachones tiene tanta vigencia en la actualidad de capitalismo de plataforma como en la sociedad de patrones de hace ochenta, noventa o cien años. En nuestro presente de agotamientos que parecen crónicos y que no solo son pandémicos, parece lógico continuar con las narrativas de justicieros pudientes. Porque los demás quizá no disponemos ni siquiera del recurso más básico, el tiempo, para poder contribuir a modelar activamente el presente.


Copyright (c)2022 El Salto Diario. Reimpreso con el permiso de El Salto Diario, Calle Matilde Hernández, 31, 1C, 28019 – Madrid, España

Visitas: 0

By admin

Related Post