Mar. Dic 24th, 2024
Angel Blanch Plana, Universitat de Lleida

La guerra es un fenómeno universal que existe desde el inicio de la humanidad. Parece ser que esta hace aflorar los defectos y virtudes del ser humano de formas sorprendentes y, en ocasiones, contradictorias.

En la primera guerra mundial (1914-1918), los soldados Ernst Jünger y Siegfried Sassoon se divertían enormemente con sus expediciones aéreas para cazar enemigos. Por aquel entonces, los cuerpos militares de élite atraían a individuos particularmente agresivos para luchar.

En tal escenario, valores como la camaradería, la reputación o la audacia eran clave en la moral de las tropas. Por el contrario, otros participantes en la contienda fueron detenidos y ejecutados por deserción.

Comportamientos similares también se dieron en la segunda guerra mundial (1939-1945). En la resistencia de Varsovia, por ejemplo, un niño de unos nueve años se encaramó a un carro de combate alemán para arrojarle granadas de mano.

Entre otros ejemplos, en la batalla de Stalingrado, los soldados rusos que trataban de abandonar el frente eran fusilados desnudos con el fin de aprovechar el uniforme para otros reclutas. Dadas las circunstancias, no debía parecer demasiado motivador entregar uniformes con agujeros de balas.

Entre tales prácticas, nos preguntamos qué personalidad debería tener una persona para afrontar una situación como la que se está dando actualmente en Ucrania. Y llegado el momento, cómo un civil puede lidiar con un arma que nunca había utilizado.

La respuesta depende de la personalidad

Los modelos de personalidad ayudan a comprender la complejidad del comportamiento de las personas en actividades humanas como la educación, el trabajo o, como en el caso que hoy nos ocupa, la guerra.

Un modelo de personalidad bastante conocido es el ‘Modelo de los cinco grandes’ (Big 5). Se trata de una clasificación que contempla cinco patrones de personalidad: extraversión, neuroticismo (estabilidad emocional), afabilidad, responsabilidad y apertura a la experiencia.

Existe evidencia que sugiere diferencias interesantes cuando se estudian estos factores con personal militar. Por ejemplo, recientemente se observó que el personal militar noruego de operaciones especiales poseía una mayor responsabilidad y estabilidad emocional y menor afabilidad en comparación con el personal de servicios regulares.

Cuando se trata de civiles sin formación o vocación militar, distintos patrones de personalidad podrían facilitar o bien entorpecer el hecho de afrontar un evento vital estresante como una guerra. Por ejemplo, uno puede ser más propenso a emprender la carrera militar cuando dispone de menores niveles de neuroticismo, afabilidad y apertura a la experiencia.

Asimismo, ciertos patrones podrían ser más adaptativos y permitir afrontar de una forma más eficiente un cambio tan drástico como pasar de llevar una vida normal a tener que combatir contra soldados profesionales.

¿Luchar o huir?

Comportamientos parecidos a los que se dieron en las dos grandes guerras se repiten ahora en la guerra entre Rusia y Ucrania. En la era de internet, estas conductas las podemos ver a diario mientras desayunamos tranquilamente, a través de las redes sociales, buscando en Google o en la televisión.

Particularmente llamativas son algunas imágenes de la población civil ucraniana. Adolescentes y ancianas que siguen instrucción militar de forma acelerada, empuñando armas ligeras de asalto. Ciudadanos que preparan barricadas, obstáculos, y cócteles Molotov. Pero también, grandes grupos de refugiados que escapan de la guerra.

Las diferencias individuales en personalidad también tienen una influencia importante en la forma de afrontar esta guerra: luchar o huir. Además, los patrones de dicho modelo podrían contribuir a atenuar o intensificar los efectos traumáticos de la guerra que afectarán, sin duda, al bienestar psicológico de los contendientes.

Convertirse en militar sin la personalidad para serlo

Según el Modelo de los cinco grandes, las personas más emocionalmente estables, con un cierto punto de agresividad y más organizadas, responsables y constantes podrían mostrar una mayor tendencia a la lucha. Por el contrario, aquellas personas inestables emocionalmente, buenas por naturaleza e incapaces de matar una mosca y altamente desorganizadas, podrían mostrar una mayor tendencia a la huida.

Este podría ser un esquema muy general, lo cual no significa que tenga que ser de la misma forma para todo el mundo. Los seres humanos podemos llegar a ser impredecibles, sobre todo en situaciones límite como cuando nos enfrentamos a una invasión militar.

Por ejemplo, las personas de la población civil que se han involucrado directamente en el conflicto podrían experimentar de forma muy notable emociones como el miedo, la tristeza o la ira, pero también la alegría, la ternura o la pasión.

Además, huir o luchar podría depender de otros factores como las relaciones familiares, particularmente si existen niños pequeños, la experiencia previa militar o la salud y el bienestar individual en ese momento.

El estrés postraumático: ¿una secuela asegurada?

Por último, los cinco grandes también se han relacionado con el trastorno por estrés postraumático. Con este modelo podemos predecir que las personas más desorganizadas e inconstantes, un tanto agresivas, más encerradas en sí mismas y emocionalmente inestables podrían ser más vulnerables y sufrir más síntomas por estrés postraumático.

Por el contrario, las personas más responsables y organizadas, con niveles de agresividad normal, con una mayor tendencia a interactuar con los demás y emocionalmente estables podrían ser más resistentes al estrés postraumático.

En definitiva, se dice que la forma de ser de las personas se ve y se comprende mejor cuando vienen mal dadas, como en la guerra. Permanezcan atentos a los acontecimientos de esta triste guerra y podrán ver a un tiempo los actos más deleznables pero también los más sublimes de los que es capaz el ser humano.

Angel Blanch Plana, Profesor agregado (Personalidad, evaluación, y tratamientos psicológicos), Universitat de Lleida

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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