En los últimos días, el Estado colombiano ha roto la línea constitucional y amenaza con reventar la institucionalidad, por esa conocida vía en la que nacen las dictaduras abiertas cuando los generales deciden arbitrar la política.
El pasado 22 de abril, sin cesar “la horrible noche”, a cinco semanas de las elecciones presidenciales en Colombia, el General Zapateiro, designado en 2019 por el Presidente Iván Duque como Comandante del Ejército Nacional, llevaba la historia de Colombia a uno de sus momentos más oscuros, interpelando con exigencias intimidatorias al candidato presidencial Gustavo Petro, interviniendo así en política con las advertencias amenazantes de un golpista. El General, en un comunicado, exigía respeto, acusaba a Petro de corrupto, anunciaba con el tono y las palabras consecuencias, y señalaba, como en el conocido ya lenguaje de los matones, al Pacto Histórico como objetivo militar.
Horas atrás, Petro indicaba cómo, mientras la tropa del ejército era asesinada por el Clan del Golfo tras un atentado con explosivos que dejaba seis muertos, algunos generales estaban “en la nómina del Clan” porque “los politiqueros del narcotráfico terminaban ascendiendo a los generales” y corrompiendo así la cúpula militar. La investigación del periodista Jorge Espinosa, en base al juicio de la JEP al Coronel en retiro González del Río, no deja ni un solo atisbo de duda de este hecho: ejército y narcoparamilitares son una alianza.
Con el comunicado del General, las Fuerzas Armadas de Colombia rompían así la Constitución por su artículo 219, que prohíbe a los militares intervenir en política. A penas unas horas después, el Presidente de la República, Ivan Duque, daba respaldo al General Zapateiro y se posicionaba en contra de Petro, infringiendo el artículo 30 Ley 996/05 que prohíbe al Presidente, los cuatro meses previos a las elecciones, referenciar a candidatos, o emitir juicios sobre ellos en sus disertaciones como Jefe del Gobierno, y lo que es peor, dando respaldo a las advertencias golpistas de la cúpula militar.
El Estado colombiano rompe así la linea constitucional, y amenaza con reventar la institucionalidad, por esa conocida vía en la que nacen las dictaduras abiertas cuando los generales deciden arbitrar la política. Dictadura abierta pues, porque a la vista de los hechos actuales, y todos los anteriores, así como la propia estructura del Estado colombiano, y de sus parapoderes, la “democracia” colombiana no es más que una sólida y atroz dictadura en manos de sus oligarquías y el imperialismo.
El uribismo tramita en el Congreso de la República una ley de traspasos para negar información de Seguridad Nacional al próximo presidente, convirtiendo así al ejército y la policía en un suprapoder
Mientras tanto, el uribismo tramita en el Congreso de la República una ley de traspasos para negar información de Seguridad Nacional al próximo presidente, convirtiendo así al ejército y la policía, a través de la Seguridad Nacional, en un suprapoder ajeno al presidente electo, fuera de su alcance, y fácilmente en su contra. Estos tres hechos en conjunto dibujan sobre el 29 de mayo una operación militar contra el proceso democrático, en el que Petro y el Pacto Histórico aspiran a detentar el poder, y que ya encontró en los comicios del 13 de marzo un fraude monumental en el que, al menos, 550.000 votos del Pacto Histórico que, más tarde, y por iniciativa propia en el recuento de las actas se recuperaron, habían desaparecido en la Registraduría y dibujaban un Congreso totalmente distinto.
El uribismo no solo está negando así toda vía democrática para llegar al poder, sino urdiendo un golpe de Estado con el ejército y la policía a través de todas las cámaras e instituciones en manos del uribismo, y desde la campaña electoral de su candidato, Federico Gutierrez, alias ‘Fico’, único rival de Petro, se han llegado a pronunciar llamamientos para formar escuadrones durante la jornada electoral, con el descaro propio del asentado paramilitarismo, pieza fundamental del actual poder.
Debemos entender el mensaje claro de la ultraderecha colombiana: “no vamos a permitir bajo ningún concepto la victoria de Gustavo Petro”, y lo que es, más tras este hecho: la vida del candidato corre serio peligro, bajo un régimen que ha asesinado ya a todos y cada uno de los candidatos presidenciales de la izquierda. Gaitán, Galán, Jaramillo, Pizarro, cuyas consecuencias todavía tienen atrapada a Colombia en un escenario de guerra civil desde el año 1948.
El 28 de marzo, el Ejército Nacional llevaba a cabo una de sus más deleznables prácticas: los ‘falsos positivos’, en una operación de 11 ejecuciones extrajudiciales de civiles inocentes en una fiesta, que después iban a ser pasados como guerrilleros muertos en combate
Semanas atrás, el 28 de marzo, el Ejército Nacional llevaba a cabo una de sus más deleznables prácticas: los ‘falsos positivos’, en una operación de 11 ejecuciones extrajudiciales de civiles inocentes en una fiesta, que después iban a ser pasados como guerrilleros muertos en combate, sumando así hasta la cifra total de, al menos, 6413 asesinados. Iván Duque así los reportó, como guerrilleros abatidos, pero gracias a la denuncia de la pequeña localidad del Putumayo, que vieron la masacre de sus vecinos, y a una rápida investigación periodística, se descubrió el hecho, en el que hasta mujeres embarazadas y niños habían sido ejecutados, y cuyos cuerpos habían sido manipulados hasta poner fusiles entre sus manos. El General Zapateiro salió a la defensa del operativo al descubierto con una de sus más repugnantes respuestas: “no es el primer operativo en el que caen embarazadas y niños”. La monstruosidad de esta frase esconde un hecho que fotografía la naturaleza radicalmente fascista del uribismo: el pueblo es el enemigo interno en la gestión oligárquica del país.
Y esta es también la fotografía de la pugna, de la gesta heróica, que el pueblo colombiano está librando hoy tras décadas de lucha por su liberación: quitarse de encima la losa que ha puesto desde el inicio del conflicto 1,1 millones de muertos, y que amenaza, con tal de no perder un milímetro de su criminal dominio, con regar de nuevo con la sangre del pueblo los campos, y ahora también las calles, de la enorme Colombia. La determinación, por fin en pie, de su corazón lacerado, va a escribir en grande las páginas de la historia. Una historia de la humanidad. Una humanidad que dice basta.
La paz en Colombia es una consigna revolucionaria, y solo pertenece al pueblo que exterminan por defenderla. Sus oligarquías son la guerra, y están peligrosamente al descubierto.
Este artículo apareció originalmente en el portal de El Salto Diario y se volvió a publicar bajo una licencia CC BY 3.0 ES
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