Lo dijo Montesquieu: “Quien tiene poder tiende a abusar de él”. Escándalos financieros y judiciales, abusos físicos, psicológicos o sexuales en el ámbito político, mediático, religioso o policial: no faltan ejemplos de abusos por parte de personas con autoridad o poder sobre otras.
¿Hace falta conseguir poder para sentirse tentado de ir demasiado lejos y abusar de él? ¿O, más bien, aquellos que aspiran intensamente al poder ya parten de un perfil de riesgo, debido a ciertos rasgos individuales como narcisismo maquiavelismo o psicopatía?
Creer que un ejercicio inadecuado del poder solo es consecuencia de problemas individuales no tiene en cuenta las transformaciones que puede producir en cualquier persona cuando accede a él.
De hecho, varios estudios que citamos a continuación demuestran que quien experimenta el poder adopta un estado mental particular que puede favorecer un comportamiento más egocéntrico y menos civilizado.
Menor capacidad de ponerse en lugar del otro
En un ingenioso experimento, Adam Galinsky y sus colegas de la Universidad de Columbia demostraron que las personas a las que se les recordaba la idea del poder tenían más dificultades para ponerse en el lugar de los demás y adoptar un punto de vista diferente. Veamos cómo.
Imagine que le piden que escriba sobre una situación personal en la que haya tenido cierto poder sobre los demás. Inmediatamente después de esta sutil inducción de la idea de poder, se le somete a una prueba de descentración perceptiva espontánea.
Para ello, le damos un rotulador con el que debe dibujarse rápidamente la letra E mayúscula en la frente. En este experimento se produjo un fenómeno notable: en comparación con aquellos a los que les pedimos que pensaran en una situación en la que su poder era débil, los que acababan de recordar un episodio personal en el que ejercían poder sobre los demás tendieron mayoritariamente a escribirse la letra E al revés (desde el punto de vista del espectador).
O sea, los que habían recordado una situación en la que habían ejercido mucho poder eran menos propensos que los otros a dibujar la letra en la dirección de lectura correcta para los demás.
Reconocer las emociones del prójimo
Otro fenómeno en el que influye el poder es en el reconocimiento de las emociones en los rostros. Michael Kraus, de la Universidad de California, pidió a algunos de los participantes en su estudio que pensaran en personas que tuvieran más poder, riqueza o prestigio que ellos, y a los otros participantes que pensaran en personas que tuvieran menos poder, riqueza o prestigio que ellos.
Tras esta inducción, se pidió a los participantes que, en un dibujo que representaba una escala social, marcaran una cruz en uno de los peldaños de la jerarquía. Como era de esperar, aquellos a los que se les pidió que se compararan con personas con menos poder que ellos se situaron más arriba, eligiendo un peldaño más alto de la escalera que los que pensaron en personas de mayor estatus social que ellos. A continuación, se mostró a los participantes una serie de retratos y se les pidió que reconocieran una serie de expresiones faciales de carácter emocional.
Los que fueron inducidos momentáneamente a mantener un estado mental de mayor poder tuvieron una capacidad de reconocimiento de emociones significativamente menor que los que no lo fueron.
Estos resultados se confirmaron al comparar en la misma prueba a personas de clase social alta y baja: las primeras obtuvieron peores puntuaciones en el reconocimiento emocional.
Otro estudio realizado por Keely Muscatell, de la Universidad de California en Los Ángeles, consistió en escuchar un relato sobre el inicio de un semestre universitario a estudiantes de clase social alta y baja. Al mismo tiempo, los investigadores midieron la actividad cerebral de los participantes. Demostraron que la red neuronal implicada en la empatía se activaba menos en los estudiantes de clase social alta.
Otro estudio demostró que la resonancia motora (la activación de una red cerebral homóloga al observar el comportamiento de otra persona) se debilitaba tras la inducción de un estado mental de poder, como si la capacidad de compartir la experiencia de otro se debilitara por el poder.
Cuanto más caro es el coche, menos cívico es el conductor
Estas observaciones sugieren que la experiencia del ascenso en estatus parece debilitar ciertas habilidades sociales y cognitivas que se sabe que son fundamentales en las relaciones sociales. Esto se traduce a veces en un comportamiento incívico.
Un estudio estadounidense observó los comportamientos transgresores en carretera que cometían los automovilistas en función del valor económico del coche que conducían.
Se compararon cinco tipos de vehículos, con precios estimados crecientes. Los resultados mostraron que los conductores de coches más caros cometieron más infracciones por término medio.
Por ejemplo, los conductores de Mercedes no esperaron su turno, cuando varios vehículos estaban esperando en un cruce, una media de cinco veces más que los conductores de modelos antiguos de Ford.
Los mismos conductores de coches caros cortan con más frecuencia el paso a los peatones: los propietarios de coches grandes tienen un nivel más bajo de civismo.
Desinhibición
El poder también puede promover un comportamiento desinhibido. En un estudio, se pidió a los participantes que redactaran las normas de funcionamiento de un grupo en la universidad. Al principio de la sesión, el investigador asignó al azar a un participante como supervisor, que debía recompensar a los demás por su trabajo dándoles puntos. A los treinta minutos de la sesión, se trajo una bandeja con apetitosas galletas para los participantes. El número de galletas era limitado, y sólo una persona podía comer dos. La observación del comportamiento mostró que los que tenían la condición de supervisor tenían el doble de probabilidades que los demás de reservarse una segunda galleta.
Como la escena se filmó discretamente, los investigadores también examinaron otros aspectos del comportamiento de los participantes, como el grado de apertura de la boca durante el consumo de la galleta, el número de veces que se lamieron los labios o si dejaron caer las migas mientras comían. Los resultados mostraron que los participantes a los que se les asignó un estatus alto comían de forma menos comedida y educada delante de los demás.
¿Una metamorfosis inducida políticamente?
Estos estudios demuestran que el poder puede dificultar la comprensión de las experiencias de otras personas y fomentar un comportamiento incívico o desinhibido. Aunque es cierto que se trata de experimentos y estudios limitados que no pueden aplicarse directamente al comportamiento de ningún personaje político en particular.
Según el psicólogo Dacher Keltner o el neurocientífico Sukhvinder Obhi, el poder puede causar lesiones equiparables a un traumatismo craneal. Para Keltner, el riesgo es la paradoja del poder: una vez que se tiene, se pierden algunas de las cualidades que fueron necesarias para conseguirlo.
Sin embargo, observamos que la historia política está salpicada de ejemplos de metamorfosis que el acceso al poder parece haber provocado (a veces denominado síndrome de hubris).
En el laboratorio o en el ámbito político y social, estos hechos se hacen eco, a su manera, de las teorías de Montesquieu, parte de cuya obra se dedicó precisamente a defender la división de poderes para evitar sus efectos más perniciosos.
Laurent Bègue-Shankland, Professeur de psychologie sociale, membre de l’Institut universitaire de France (IUF), directeur de la MSH Alpes (CNRS/UGA), Université Grenoble Alpes (UGA)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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