Aunque el riesgo de nuclear se ha minimizado en los últimos días, no se ha descartado por completo. La opción “suicida” es improbable pero no imposible.
El sombrío panorama de la guerra en Ucrania apunta a un desenlace abrumador, en el que todos perderán y afrontarán un futuro desolador. La perspectiva de una guerra larga (de años, no de meses) se hace cada vez más clara y más difícil y prolongados sus efectos.
El optimismo ucraniano de las últimas semanas ha quedado oscurecido en apenas dos días. Ciertamente, los bombardeos rusos de ciudades e infraestructuras ucranianas, en represalia por el atentado en el puente de Crimea, no han alterado la dinámica militar. Pero han recordado que el Kremlin dispone aún de medios para infligir un castigo importante que hará más penosa la reconstrucción del país. Ucrania demanda cada día más armamento. No ha recibido poco; antes al contrario, es imposible explicar la resistencia y menos la capacidad de contraataque evidenciada en el último mes sin la panoplia occidental, combinada con la asesoría y formación de los combatientes y el apoyo de inteligencia, factor clave para detectar los puntos más vulnerables del invasor.
Lo que el gobierno de Kiev está pidiendo ahora, aparte de más sistemas antiaéreos, son recursos para dañar a Rusia en su territorio: misiles de medio alcance que puedan destruir objetivos centenares de kilómetros alejados de la frontera (1). Washington y sus aliados han evitado hasta ahora satisfacer esta ambición de Ucrania, sabedores de que traspasarían un línea roja -u otra más-, que les colocaría en riesgo cierto de una colisión directa con Moscú.
Occidente ya está en guerra con Rusia
En realidad, Occidente ya está en guerra con Rusia, por mucho que el lenguaje político, diplomático y propagandístico se empeñe en esquivar la evidencia. La participación occidental ha sido fundamental en el devenir del conflicto bélico. El dilema ha sido siempre hasta dónde llegar, afinar el cálculo para obstaculizar los planes de Rusia sin provocar una escalada.
Pese a las diferencias derivadas de la dependencia de Moscú (fundamentalmente energética) y las contrastadas percepciones de intereses, Occidente convino inicialmente en la necesidad de evitar que Rusia se tragara Ucrania o incluso que conformara una Ucrania a su medida o a su servicio. Pero a medida que la campaña militar rusa se fue haciendo más espesa, más errática y, a la postre, más fallida, unos escenarios indeseados fueron reemplazados por otros de signo distinto e incluso opuestos, pero en todo caso indeseables. Nadie quería que Rusia ganara la guerra. Pero, en la situación actual, ¿quieren todos ahora que la pierda?
De nuevo, son los intereses y no los denominados valores los que pueden iluminarnos las respuestas. La eliminación o reducción de los lazos energéticos tardará tiempo por falta de alternativa a corto y medio plazo. Pero aún si el proceso de sustitución de abastecimientos fuera fluido y exitoso, hay otros factores que pesan en contra de una ruptura plena con Moscú.
Una derrota contundente de Rusia tendría efectos no fáciles de calibrar en su amplitud en todo el continente europeo. Por eso, la posición de Estados Unidos ante el desenlace de la crisis, aunque puede sintonizar con relativa comodidad con Gran Bretaña, no conecta con facilidad con Alemania y tampoco con Francia, por mencionar a las grandes potencias económicas y militares europeas. Y lo mismo puede decirse si miramos a Asia, donde el factor China condiciona todas las visiones.
Putin ha comenzado a mover el banquillo
Dicen los analistas rusos con elocuentes y declaradas simpatías occidentales que las élites que disfrutan del sistema Putin empiezan a contemplar con nerviosismo la posibilidad de una derrota de Rusia (2). Las críticas sobre el desempeño de la maquinaria militar son ya públicas y cada vez más sonoras e hirientes. La propaganda oficial, centrada antes y durante los primeros meses del conflicto en la conspiración occidental, parece parcialmente rebasada. Se empiezan a exigir responsabilidades por una gestión que ya es desastrosa, pase lo que pase (3). Putin ha comenzado a mover el banquillo. Ha sustituido algunos altos mandos militares y ha entregado el control de las operaciones sobre el terreno al controvertido General Surovikin, al que se le denomina como ‘el carnicero de Alepo’ por la ferocidad con la que condujo el asedio de la ciudad siria, durante la contraofensiva de las fuerzas del régimen de Assad, apoyadas y en realidad lideradas por los asesores rusos (4).
Algunos aliados o subordinados de Putin exigen más al presidente, una limpieza más amplia y profunda. Se escuchan voces críticas en la Duma (Parlamento), en los ejecutivos periféricos y hasta en los territorios ucranianos ocupados. Pero las voces más chirriantes provienen de ese entorno oscuro de la trama paramilitar del Kremlin, como Yevgueni Prigozhin, fundador del grupo mercenario Wagner, que se ha expresado en los términos más descalificadores de la cadena de mando. O del líder checheno Kadyrov, que ha demandado claramente una estrategia más agresiva (5).
De momento, Putin mantiene en su puesto al ministro de Defensa, Sergei Shoigu, o al Jefe del Estado Mayor, Gerasimov, leales servidores, pero cuya competencia ha quedado, no obstante, en entredicho. Es probable que el presidente los utilice de posible cortafuegos, en caso de que las críticas apunten de manera más directa hacia la cúspide del Kremlin.
La gran pregunta es si el propio Putin ya es vulnerable. Líderes y analistas occidentales no se atreven de momento a pronunciarse con claridad y remiten la respuesta a la evolución de la guerra. Un nuevo fracaso o, dicho de otra forma, la recuperación por Ucrania de toda o gran parte de las zonas ocupadas en el este y en el sur, podrían debilitar sobremanera al líder ruso y favorecer en la élite el debate sobre un recambio. ¿Pero existe? ¿Y con qué plan?
Pese a sus enormes diferencias políticas, estratégicas e históricas, se ha evocado estos días la catastrófica guerra ruso-japonesa de 1904-1905, que dejó herido de muerte al régimen zarista. Por entonces, la opción revolucionaria, aunque dibujada, distaba de ser inevitable. Ahora, Occidente teme un escenario de vacío de poder o de caos en Rusia. La solución bonapartista no parece haber ganado enteros tras el lamentable papel de las fuerzas armadas en Ucrania. Un estallido revolucionario o de resurgimiento comunista parece muy improbable, si tenemos en cuenta que el PC oficial ha apoyado la guerra, aunque un sector más izquierdista se ha opuesto claramente en la calle. Una deriva ultranacionalista y aún más reaccionaria que la personificada por Putin no es descartable, pero con una estrategia distinta, más replegada sobre sí misma, dedicada a acallar las protestas y neutralizar el malestar. Probablemente, es lo que China favorecería, llegado al caso.
Rusia no ha pasado nunca de ser un gran bazar abierto al saqueo y a la sustitución de unas élites (las comunistas) por otras (las del capitalismo salvaje)
No está claro qué prefiere Occidente, porque la probabilidad de una Rusia similar a la de los primeros años noventa es casi nula. Ese país de simpatías liberales y prácticas democráticas nunca existió más que de fachada. Rusia no pasó de ser un gran bazar abierto al saqueo y a la sustitución de unas élites (las comunistas) por otras (las del capitalismo salvaje).
Así las previsiones, los estrategas occidentales querrían evitar un Versalles-2, es decir, una repetición de lo ocurrido con la Alemania de Weimar, el siglo pasado. Que Rusia se conformara con salir de Ucrania con el rabo entre las piernas, pero sin humillaciones innecesarias y peligrosas. Algo similar, mutatis mutandis, a lo ocurrido en 1991, cuando se asistió a la voladura controlada de la URSS. El problema es cómo alcanzar ese escenario. Aunque el riesgo de nuclear se ha minimizado en los últimos días, no se ha descartado por completo. La opción “suicida” es improbable pero no imposible.
NOTAS
(1) “Ukraine changes weapons wish list after Kyiv terrorism attacks”. JACK DETSCH. FOREIGN POLICY, 10 de octubre.
(2) “Russia’s elites are starting to admit the possibility of defeat”. TATIANA STANOVAYA. CARNEGIE, 3 de octubre.
(3) “Blunt criticism of Russian Army signals new challenge for Putin”. NEW YORK TIMES, 6 de octubre.
(4) “Sergei Surovikoin, the ‘General Armageddon’, now in charge of Russia’s war”. THE GUARDIAN, 11 de octubre.
(5) “Putin confronted by insiders over Ukrainian war, U.S. intelligence officials finds. WASHINGTON POST, 7 de octubre.
Este artículo apareció originalmente en el portal de NUEVATRIBUNA.ES y se volvió a publicar bajo una licencia (CC BY-ND)
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