Intentar resumir lo que ocurre entre Kosovo y Serbia a través de la lógica de la Guerra Fría es ignorar el contexto histórico al que se han enfrentado los Balcanes Occidentales.
En Kosovo, la noche transcurría tranquila. Jóvenes entrando y saliendo de bares Peja en mano, típica cerveza kosovar, disfrutaban de la clausura de festivales que protagonizaba la noche de Pristina. Mientras tanto medios de comunicación y redes sociales anunciaban una nueva guerra en Europa, con Kosovo y Serbia como las partes implicadas. En un vídeo que se hacía viral, sirenas anti aéreas sonaban en Mitrovica Norte, zona de mayoría serbia del municipio kosovar de Mitrovica. Ante este vídeo, diferentes informaciones inundaron redes sociales avecinando la peor de las suertes. No es que el vídeo fuese falso, pero las reacciones sí que fueron más que exageradas, y llevaron a la histeria colectiva, como bien denunciaba BalkansInsight, el principal portal informativo de la región. Mientras en Pristina se disfrutaba de una noche de verano normal, los móviles de extranjeros en la ciudad no paraban de recibir mensajes de preocupación de familiares y conocidos ante la guerra que Twitter había anunciado.
En la noche del 31 de julio al 1 de agosto, se suponía que las nuevas medidas que aplicaban reciprocidad a los coches con matrículas serbias que quisieran entrar en Kosovo entraban en vigor. Una medida que se anunció el pasado año y que ya trajo altercados entonces. Ante la inminente aplicación de estas, los serbios de Kosovo políticamente motivados (o influenciados) bloquearon las carreteras hacia la frontera. Sin embargo, se han establecido barricadas similares varias veces a lo largo de los años y, si bien indican tensiones, rara vez conducen a escaladas armadas.
Estas tensiones, que para nada son algo nuevo como quisieron pintar desde muchos medios y plataformas de análisis, acabaron a finales de esa misma noche cuando el gobierno de Pristina, siguiendo la recomendación de Estados Unidos, posponía la aplicación de estas medidas treinta días. Una alarma social que empezó y terminó en redes sociales, de la cual se han hecho eco todo tipo de medios de comunicación, y que lo único que ha hecho ha sido crear más desinformación de la que existe con respecto a Kosovo, Serbia, o a los Balcanes Occidentales.
Como bien escribía la periodista albanesa Una Hajdari, “lo único que logrará este frenético alarmismo (y la difusión de desinformación alarmista) es que los agitadores (armados) se sientan animados a salir y dispararle a la gente mientras todo el mundo está mirando”. Sin embargo, las reacciones ante estos altercados han sacado a la luz ciertas realidades. En primer lugar, la invasión de Ucrania ha creado un estado de paranoia y alarmismo ante un nuevo conflicto en Europa el cual ve su escenario ideal en los Balcanes. Desde el inicio de la invasión por parte de Rusia a Ucrania, las comparaciones de este y lo que pasó (o podría pasar) en los Balcanes han sido una constante; el mismo Putin mencionaba el reconocimiento de Kosovo para justificar sus acciones en el Donbas.
Aunque muchos estén pronosticando que Kosovo se convertirá en un escenario similar al de Ucrania, los dos contextos geopolíticos son muy diferentes. Serbia no puede permitirse una guerra
Es cierto que los Balcanes Occidentales es una región donde la alineación con uno de los dos bloques hegemónicos de la realidad internacional es muy clara. En este sentido, la actitud de Serbia ha sido muy criticada por Occidente. “Serbia no podría seguir sentándose en dos sillas”, decía entonces el funcionario del Departamento de Estado de EEUU Hoyt Brian Yee, haciendo referencia a la no aplicación de sanciones a Rusia por parte del gobierno serbio. Aleksandar Vucic, nunca ha ocultado su buena relación con el Kremlin, siendo el principal socio de Putin en la región, pero tampoco se ha rendido en su intento por entrar a la Unión Europea.
Ahora, aunque muchos estén pronosticando que Kosovo se convertirá en un escenario similar al de Ucrania, los dos contextos geopolíticos son muy diferentes. Serbia no puede permitirse una guerra; suponiendo que enviase al ejército (algo que ni se contempla), las consecuencias serían un desastre. Las eventuales sanciones podrían destruir la ya débil economía serbia, que depende en gran medida del apoyo de la UE y del comercio con los estados miembros de la Unión. Todo esto sin contar que Serbia no se va arriesgar a perder los proyectos regionales que el propio país ha impulsado y con los que espera reforzar su mercado (Open Balkans). Además, el país no se puede permitir despertar otros conflictos que tiene atascados. Recordemos que Kosovo no es el único frente abierto del gobierno de Vucic: la República Srpska en Bosnia y Herzegovina, y la Iglesia Ortodoxa en Montenegro, son otras dos problemáticas en las que Serbia tiene responsabilidad.
En cuanto a Kosovo, este no tiene un ejército adecuado, depende de la OTAN y EEUU. Además, Pristina no va a arriesgarse a ver amenazada su buena relación con Bruselas (es uno de los candidatos potenciales favoritos para la membresía en la UE) por un nuevo conflicto con Serbia. En este sentido, tanto Belgrado como Pristina son conscientes de que el actual statu quo es lo más conveniente para ambos. Ahora, más allá de esto o de la histeria colectiva ante la posibilidad de un nuevo conflicto en suelo europeo, esta escalada de tensiones —nada nueva, como ya se ha señalado— entre Serbia y Kosovo, ha mostrado la desinformación que rodea a Kosovo.
Ante la viralización de los incidentes que ocurrían la noche del domingo en el norte de Kosovo, el mundo empezaba a analizar el conflicto dentro de una misma narrativa: los defensores de Kosovo son pro OTAN, mientras que si defiendes a Serbia eres un seguidor de Putin. Intentar resumir lo que ocurre entre Kosovo y Serbia a través de la lógica de la Guerra Fría es ignorar el contexto histórico al que se han enfrentado los Balcanes Occidentales. Ha quedado claro, con estas reacciones, que lo que acontece en la región se analiza tomando como punto de partida los noventa. No se puede dudar que las guerras que ocasionaron la desintegración de Yugoslavia han marcado la sociedad de la región, pero ni de lejos explican la realidad de sus partes.
Ante la viralización de los incidentes que ocurrían la noche del domingo en el norte de Kosovo, el mundo empezaba a analizar el conflicto dentro de una misma narrativa: los defensores de Kosovo son pro OTAN, mientras que si defiendes a Serbia eres un seguidor de Putin
Catalogar a Kosovo como “narcoestado creado por la OTAN” limita su existencia a 1999, como si el territorio no hubiese gozado de autonomía —en 1974 Tito reconocía a Kosovo como región autónoma— o nunca hubiese tenido identidad alguna —Kosovo siempre se ha incluido dentro de los territorios que ocupaban las tribus ilirias, siendo parte de la provincia de Dardania. No se puede analizar la región dando por hecho que su organización ha sido siempre la misma, como si esta se remontase a siglos atrás. La realidad es que la zona fue parte del Imperio Otomano hasta bien entrado el siglo XX, y previa a esta respondía a las divisiones por las que los imperios Romano y Bizantino se disputaron el territorio. Pero, incluso cuando se quiere resumir la existencia de Kosovo al siglo XXI, hay que recordar que la guerra que asoló al país en 1999 dejó unas cifras de 13.535 personas fallecidas, según el Libro de Memoria de Kosovo actualizado de 2015, y más de 500.000 refugiados, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR).
No se puede ocultar de forma consciente, tal y como se está haciendo, la matanza que las tropas serbias perpetraron contra albaneses, en un intento de Milosevic de recrear lo ocurrido meses antes en Srebrenica en Kosovo. No por ello se debe justificar los bombardeos de la OTAN a Serbia en el 99, pero cuando cuestionamos la legalidad de estos —con razón— no podemos olvidar los crímenes cometidos por tropas serbias contra la población albanesa desde 1989, cuando Serbia anula la autonomía se Kosovo concedida por Tito, aplicando una política nacionalista cada vez más represiva contra los albano-kosovares. Y sí, tras los bombardeos, Naciones Unidas pasaba a controlar el territorio, pero que se use esto para manifestar que Kosovo es una creación de la OTAN lo único que hace es demostrar la falta de conocimiento sobre, me repito, la historia de la región. Por no hablar de la frivolidad que supone negar la guerra y lo crímenes que llevaron a esa situación.
De cara a esta independencia, y por intentar arrojar algo de luz a los comentarios que están corriendo como la pólvora en el universo de las redes sociales, el Tribunal de la Haya establece que “la adopción de la declaración de independencia del 17 de febrero 2008 no violó el derecho internacional”, por mucho que algunos se empeñen en negar esta sentencia, tal como lleva haciendo Pedro Sánchez estos días durante su gira por los Balcanes Occidentales. Y en este mismo sentido, parece que los acontecimientos del domingo en la frontera despertaban, también, miedos independentistas en España; la eterna creencia a que el reconocimiento de España a Kosovo podría suscitar una reacción en Cataluña —o País Vasco—, inunda todo el debate cada vez que el país balcánico hace acto de presencia. Y ya va siendo hora de acabar con tal comparación.
Como bien escribe Heriberto Cairo en el libro ‘Estrategias decoloniales en comunidades sin Estado’, los objetivos soberanistas de Cataluña responden “a zonas más ricas que su entorno, que buscan la independencia porque perciben que aportan más de los reciben al Estado al que pertenecen” propias de “pueblos creados en Europa —Occidental— o sus derivaciones en el siglo XIX”. Al contrario de lo que supone la independencia de Kosovo que, como ya se ha explicado, responde a un conflicto étnico que se alarga por siglos (recordemos que el 92 por ciento de la población kosovar es albanesa, de acuerdo con el último censo realizado en 2011 el cual excluía los municipios del norte población). La comparación, aunque usada sin descanso desde España tanto por fuerza políticas como por ciudadanos, desde Kosovo ni se contempla. Y sinceramente, cuando otros países con territorios independentistas tales como Reino Unido o Canadá han reconocido a Kosovo, la actitud de España, sus representantes y sus ciudadanos es un sinsentido.
Y es que cuando en España se habla de Kosovo, las voces de la derecha tachan su existencia de ilegítima —ignorando la sentencia del CIJ— puesto que su defensa a la soberanía nacional les parece más importante que la realidad sobre el terreno, por más crímenes que se hayan cometido en este por parte de ese Estado soberano. Por su parte, las voces de la izquierda no ven más allá de su sentimiento anti OTAN, y para ellos defender a Kosovo sería defender a Occidente puesto que fue este bloque el que protegió a los albaneses en el 99. Irónicamente, resulta ser Kosovo lo único en lo que dos extremos de la política española se ponen de acuerdo.
Hace horas que los bloqueos de las fronteras han desaparecido. La alarma ya ha pasado incluso en redes sociales. Sin embargo, Kosovo sigue siendo Trending Topic. La mayor parte de los tweets son en español
Ante incidentes como los ocurridos el pasado domingo propios de la política internacional no se puede evitar que circulen todo tipo de informaciones y comentarios, pero debe primar la responsabilidad periodista —y personal— a la hora de hacerse eco de las mismas. Ucrania no es Kosovo, y Rusia no es Serbia. Kosovo tampoco es Cataluña, y España tampoco es Serbia. Usar lo que pasó el domingo en la frontera para justificar opiniones, prejuicios y crear alarmismo social lo que hace es alimentar ciertas narrativas que, aunque creamos se quedan dentro del universo de las redes sociales, trascienden a la realidad.
A día de hoy, el pasaporte kosovar es uno de los que menos garantías tiene en el mundo; los kosovares necesitan visado para entrar prácticamente en cualquier país, y ni siquiera tienen esa posibilidad si quieren entrar en España —la liberalización de visados para los kosovares volvió a ser vetada en la última cumbre a este respecto—. Mientras que se sigan propagando esas ideas que no han parado de compartirse por todas partes en las últimas horas, los jóvenes kosovares seguirán viendo limitadas todas y cada una de sus oportunidades. Hace horas que los bloqueos de las fronteras han desaparecido. La alarma ya ha pasado incluso en redes sociales. Sin embargo, Kosovo sigue siendo Trending Topic. La mayor parte de los tweets son en español. BalkanInsightorganizaba un encuentro en esta misma plataforma para analizar las ‘Fake News’ surgidas a este respecto. En esa reunión se informó de que España había sido el tercer país desde el que más se había hablado de Kosovo en redes sociales (tras India e Italia). “¿Por qué las gente española nos odia tanto?” preguntaron los kosovares tras ver lo que se escribe.
Este artículo apareció originalmente en el portal de El Salto Diario y se volvió a publicar bajo una licencia CC BY 3.0 ES
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